Quería bajar de 3.10.00 en mi segunda maratón y lo logré. Sin
embargo, no fue nada fácil. Ni en los entrenos ni el mismo día de la carrera.
Debo reconocer que el periodo preparatorio (cerca de tres meses) me resultó
aburrido y hasta frustrante, pues sólo en las últimas sesiones tuve buenas
sensaciones. Y eso fue gracias a los consejos de mi amigo Antonio Martínez, un triatleta
y maratoniano curtido en mil batallas, que estuvo encima mío las tres últimas
semanas para pulir todos los detalles: físicos, psicológicos, alimenticios,
etc.
En Sevilla recibí el apoyo de otro buen amigo que allí reside, Lucas
Haurie, un periodista como la copa de un pino con el que tuve el honor de
trabajar en mi etapa en Don Balón. La misma alma caritativa que se pegó un buen
madrugón para llevarme a la salida de la prueba, en el Estadio de la Cartuja,
mal llamado también Estadio Olímpico.
La maratón empezó con frío, pero acabó bajo el típico y abrasador sol andaluz. Una diferencia de temperatura que mi cuerpo pagó en algún momento. El perfil es totalmente llano y el recorrido no es especialmente bonito porque no transcurre por la parte antigua de la ciudad, ni por Triana, ni por la Giralda… Pasé la media maratón en 1.32.44 y hasta el kilómetro 30 todo iba a pedir de boca, cumpliendo más o menos con los registros que tenía previstos cada 5 kilómetros. Pero en el 30 dicen que empieza la verdadera maratón y para mí empezó un verdadero calvario. Tuve que bajar el ritmo, me quedé de un grupo muy bonito (foto superior) que había seguido en el último tercio de carrera y empecé a sufrir como un perro.
Fueron momentos difíciles y durante
mucho tiempo pensé que sería imposible bajar de 3.10.00. Pero la palabra
imposible no debe existir nunca en nuestras mentes. Mi cuerpo empezó a encontrarse 'cómodo' con el sufrimiento y a partir del kilómetro 35 vi que el objetivo no era imposible, aunque continuaba siendo difícil. En los dos últimos kilómetros saqué fuerzas de donde pude (quizá la camiseta blanquiazul tuvo que ver en ello) y realicé un sprint de 300 metros sobre el tartán (foto superior e inferior) del Estadio para acabar marcando 3 horas 9 minutos 46 segundos. El electrónico de la línea de meta registró 3.10.04, pero hay que descontar el tiempo que se tarda en cruzar el arco de salida.
En total, me clasifiqué en el puesto 637 de 4.349 atletas
finalizados. Tengo claro que la maratón no es la prueba que mejor se adapta a
mis características y tampoco sé si algún día intentaré bajar de las tres
horas. Pero lo que sí tengo son 42.195 sonrisas para repartir después de la
maratón de Sevilla.
Para celebrarlo, me fui con mi cicerone Lucas a comer calçots (sí, lo habéis leído bien, calçots cultivados en Sevilla) por gentileza dela Casa Catalana de Sevilla. Para ponerse el babero, oigan.
Al día siguiente, pese al dolor de piernas, aproveché la estupenda y soleada jornada para visitar la ciudad. Primero, subí a la Giralda (31 pisos), que se encuentra ubicada en la tercera catedral más grande del mundo.
Posteriormente me dirigí a la Torre de Oro, situada a orillas del río Guadalquivir.
Sobran las palabras. Calor sevillano en pleno mes de febrero.